Tengo un amor-odio con la noche,
es un tiempo de pensar,
pero tanto pensar te llena el vaso
de empacho alcohólico.
Tengo una piedra negra sobre el pecho
que simboliza la fuerza
y unos nervios de irrigan el intestino
que se asemejan a un circuito rally.
De repente toda la vida pasa por delante,
como si te estuvieras muriendo,
pero no soy consciente de algo terminal.
Las circunstancias cambian
en muy poco tiempo
y el tiempo me va dejando
más saturada la cabeza de memorias.
Vomitamos intensidad en un suspiro,
en forma de gas,
por todos los acelerones repentinos
que da el corazón en tan sólo un segundo.
Puede que sea cierto que algo bueno
esté por llegar
que no sea sólo la intuición
que el poder de la mente me da.
Puede que desde este momento
el pasar de los meses
esté yendo a mejor
y a mejor seguirá.
No puedo dormir
y tengo impaciencia por saberlo ya,
antes de perder la consciencia
en la anestesia del sueño.
Sólo se me ocurre escribir
al futuro una carta,
para que cuando llegue lo lea,
para expulsar el fuego interno,
para hacer arte con los sentimientos.
Se me cansa la mirada,
se me secan las lágrimas,
se me nubla el camino
que ando estando tumbada.
Pero no puedo dormir.